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Paredes silentes

  • Foto del escritor: ImplosiónRD
    ImplosiónRD
  • 2 mar 2020
  • 4 Min. de lectura

Por César Hernández


Bien dicen que las imágenes perduran en la memoria, aún las de muchos años atrás. Estos muros sobresalían por su brillo y elegancia, virtud de una creación recién hecha. Tiempo después, siguen aquí, entre escombros y estructuras antiguas que no desagradan a la vista de los demás. Habitantes acostumbrados al paso del tiempo, inexorable como ellos mismos lo saben, envejecen entre el polvo y la cantera labrada que conserva un siglo de edad. Así gusta porque existe cierta pertenencia a este detenimiento del tiempo, sin ánimos de revertirlo, mucho menos de demeritarlo.


Hay paredes que permanecen silentes, que no transmiten nada, agotadas por el mismo desgaste que siempre se nota en el andar de las personas, cuando se encuentran una vez más frente a la madera vieja, quebradiza, la misma que sirvió como pilar en una de esas estructuras que ahora reclaman su estancia, que desean la inmortalidad, la presencia, su lugar.


Indudablemente la imagen invita a tomar con ellas dicha postura, si las paredes caen, la memoria desaparece, carecerán de identidad y solo serán parte del polvo, sustancia diáfana, vulnerable y desechable. Las paredes no tienen la culpa, han sido objeto de los caprichos del hombre, ese que las manipula a su falsa creatividad, intolerantes ante la forma natural como la de un árbol transgredido, reducido a despojos.


Antes, estos muros eran testigos de eventos de gran relevancia, personajes distinguidos arribaban en carretas lujosas de las cuales bajaban hombres con elegantes atuendos, sombreros de copa y guantes de blanco inmaculado. Las mujeres siempre atrás de ellos, vestidos pomposos, la figura ceñida que el torso reclamaba respiración por los corsés ajustados, la tela indicaba el nivel de prestigio del personaje; ahora, solo quedó la reminiscencia que guardan estas paredes, siempre firmes, pero siempre ausentes al visitante, al posible comprador, al espectador.


Muchas de estas paredes gustan a los artistas chapados a la antigua, donde los lugares viejos, acogedores y ajenos al modernismo urbano los llenan de inspiraciones, de incertidumbres que plasman en sus obras, ya sea en pinturas, en letras, en la música o en la escultura. Para estos artesanos, las paredes antañas son medio de inspiración entre el entorno suave y silencioso, admiran el pasar del tiempo y algunos otros buscan entre los espacios algún rastro del que fuera el habitante, sin pensar que este podría estar conviviendo con el artista para admirar sus obras.


No hay otro lugar a donde ir, la zona céntrica es perfecta habitación de los que han decidido vagar por entre la piedra vieja y los escombros olvidados. Creo es mejor que continúen en paz, pronto todo esto cambiará, aunque hay la esperanza y la lucha de muchas personas para conservar esta historia que ha sido fundada para la posteridad. Es un afán de conservar las virtudes de una zona de la ciudad como esta, de atesorar las imágenes clásicas, el estilo desgastado y el pasado íntegro.


Celebro firmemente a todos aquellos que lograrán resguardar este espacio que es de todos, pero que al mismo tiempo no pertenece a nadie. Además, aún se escuchan voces de personas que vienen a compartir con los suyos muchos recuerdos, anécdotas de abuelos y bisabuelos: “aquí crecí yo”, “me acuerdo que en esa esquina vivía don Jacinto”, “en esa casa solía juntarme con mis amigos”, estoy convencido de que si derriban estos muros, derribarán la esencia rústica compuesta de calles, esquinas, iglesias y banquetas.


A veces pienso que no se podría mudar a otro lugar, se ha recorrido otras zonas no muy lejos de aquí, pero no han encontrado algo semejante a esto. Hay otras casas aún más desgastadas y descuidadas, existe la angustia que aquí podrá verse igual dentro de algunos años más, pero creo que no se puede revertir lo inevitable.


Es momento de aceptar un destino que se pensó jamás iba a llegar, pero ahora que se hace más quebradiza la cantera con las supuestas remodelaciones, me doy cuenta de que tendremos que adaptarnos al vacío de lo ya abandonado, esos lugares de la ciudad que se convierten en algo sórdido e inseguro. Lejos de conocer qué había ahí, solo quedará la interpretación errónea de la dignidad histórica sobre las casas de cantera.


Muchos podrán asegurar que vivían bien aquí, con esa tranquilidad que aún se conserva. Lograron que fuera el tiempo quien moldeara la vista añeja de estas paredes. Se resistieron a la modernidad mas nunca la despreciaron. Aceptaron en ciertos momentos los nuevos cambios, pero exigieron que se respetara la esencia de la primera creación, así han quedado algunas estructuras, son las que más gustan a los visitantes, ¿qué otros lugares te ofrecen tal quietud?, solo aquí. Entre las banquetas de adoquín y el quiosco también viejo de la plaza podrá descansar la nostalgia en una dicha eterna.


Las paredes callan porque solo están para escuchar, así será grabada la memoria y la historia de las generaciones que buscaron trascender bajo un techo del que resistieron a desprenderse. Si allá afuera abandonan estas paredes, también apagarán la última luz de las calles para que sea la noche quien las termine de olvidar.

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